El general golpista, responsable durante la Guerra Civil de la matanza de la Plaza de Toros de Badajoz, en la que fueron asesinadas cerca de 4.000 personas, recupera la calle que el anterior Gobierno municipal (SOMOS Uviéu, PSOE, IU) había dado al catedrático de lengua y literatura francesa, y agitador de la vida cultural ovetense, Juan Benito Argüelles.

REDACCIÓN NORTES
PUBLICADO2020-01-31
“Quiero dejar Badajoz cueste lo que cueste, lo más rápido posible y prometiéndome a mí mismo que no volveré nunca. Por mucho que me mantenga en la vida periodística, jamás se me presentará acontecimiento tan impresionante como el que me ha traído a estas tierras ardientes de España y que ha logrado destemplar completamente mis nervios”. Esto escribía en agosto de 1936 el corresponsal de guerra portugués Mario Neves. Neves, enviado a España por El Diario de Lisboa para seguir sobre el terreno a los voluntarios portugueses que luchaban en el bando franquista, no era ningún izquierdista radical, pero quedaría horrorizado por los métodos brutales del general Juan Yagüe, responsable de la conquista de Badajoz.
Tras la toma de la ciudad, el 14 de agosto de 1936, el general, militante de la Falange y bien relacionado con la Alemania nazi, ordenaría el confinamiento en la Plaza de Toros de la ciudad extremeña de todos los combatientes enemigos, así como a otros cientos de personas sospechosas de simpatizar con las organizaciones obreras y republicanas. Ese mismo día, de madrugada, comenzarían el ametrallamiento de los prisioneros y los fusilamientos. Las últimas estimaciones hablan de unos 4.000 muertos, el 10% del censo de una capital de provincia que por entonces rondaba los 40.000 habitantes.

UN CRIMEN DE GUERRA A PLENA LUZ DEL DÍA
A diferencia de otros crímenes de guerra cometidos durante la contienda civil, como los fusilamientos de Paracuellos del Jarama, de finales de 1936, en los que unos 2.000 presos derechistas fueron asesinados, la matanza de Badajoz y la posterior quema y enterramiento de los cadáveres, no se realizarían de forma clandestina, sino a plena luz del día, ante la vista de corresponsales de guerra de todo el mundo, que darían a conocer casi inmediatamente el horror en sus respectivos medios.

Además de las crónicas de guerra de Neves, que serían censuradas parcialmente por la dictadura portuguesa a causa de su escasa amabilidad con los aliados españoles de Oliveira Salazar, otros periodistas de países democráticos informarían con total libertad a sus lectores de lo que estaba sucediendo en Extremadura. El día 25 de agosto el corresponsal norteamericano publicaba en The Chicago Tribune: “…les llevan al ruedo, hay ametralladoras esperándoles, la sangre subía un palmo del suelo… 1.800 hombres —mujeres también— fueron abatidos en 12 horas”. Yagüe no se ocultaría ante las preguntas de la prensa extranjera.


A 82 años de la matanza de Badajoz, continúa la desmemoria
Al ser interrogado por John T. Whitaker del New York Herald Tribune sobre sus métodos represivos, el militar reconocería sin ningún problema su responsabilidad en el asesinato masivo de prisioneros de guerra, y lo justificaría con una frialdad implacable: “Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Que iba a llevar cuatro mil prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que avanzar contra reloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?”.


