Abuelos sin fronteras

Los cambios con respecto al cuidado de los nietos en el peculiar modelo de sociedad industrial español

Antonio Arias
Uno de los cambios producidos en España por nuestro peculiar modelo de sociedad industrial afecta al papel de los abuelos en la crianza de los nietos. Al trabajar tanto el padre como la madre en un globalizado mundo de crecientes exigencias profesionales, y al aumentar el número de las familias monoparentales, muchos abuelos se han visto obligados ampliar las tareas de asistencia a sus hijos y nietos. Tras la crisis financiera del 2008, constituyeron un auténtico dique social de contención.




Hasta la llegada de la actual pandemia, era habitual que muchos abuelos recogieran a los niños del colegio, los llevaran a actividades extraescolares o, simplemente, estuvieran con ellos hasta la llegada de sus padres ¿Qué va a pasar en las próximas semanas con los abuelos–canguro? ¡Quien lo sabe! Con la COVID, nuestros mayores se han vuelto una especie protegida y se han visto liberados de aquella agradable carga, ante un posible contagio.

Digámoslo claramente: los abuelos son un chollo. Como su coste de oportunidad es menor –porque suelen estar jubilados o en repliegue de su aspiraciones profesionales– disponen ahora para sus nietos del tiempo que no tuvieron para sus hijos. La madurez, con su singular virtud, nos va descubriendo las cosas que verdaderamente merecen la pena.

De hecho, nuestra especie es una de las pocas donde se llega a ser abuelo. Durante el paleolítico, la transformación cultural y biológica –que se recrea en la magnífica exposición “Humanos”, organizada este verano por LA NUEVA ESPAÑA– tiene mucho que ver con la posibilidad de aprovechar la sabiduría de las personas de mayor edad, permitiendo el desarrollo y transmisión del conocimiento en unos tiempos de vida cruda y breve. Ha sido así durante miles de años.

Hoy, la mitad de los jóvenes españoles menores de 30 años vive con sus padres. La tardanza en la emancipación a la que añaden un voluntario retraso del nacimiento de los niños por motivos laborales, aumenta la diferencia de edad con los ascendientes en todo el mundo desarrollado. Nuestra sanidad pública, junto a la famosa pirámide poblacional invertida (el desplome de nuestra tasa nacional de natalidad) están favoreciendo un abuelo de mayor edad y, por tanto, con menor posibilidad de ayudar. Hasta hoy, abuelos y nietos podían llegar a convivir tres o cuatro décadas. Una relación que contribuye al soporte emocional, social e incluso económico de las familias, con medio millón de ellas sin ningún ingreso laboral.En algunos casos los nietos habitan a miles de kilómetros: menos mal que la tecnología les permite no irse a la cama sin dar las buenas noches por videoconferencias y cantar el “Asturias, patria querida” que, con su abundancia de erres, garantiza una buena pronunciación futura 

Ya se sabe, los abuelos se enfadan menos que los padres, son más pacientes y permisivos (¡no digamos las abuelas!) y practican eso que los gurús del management llaman técnicas de liderazgo participativo; manejan con especial habilidad la motivación y la gestión del conflicto, imprescindible para crear menos tensiones en la resolución de los problemas cotidianos. Un enfoque algo distinto al que practicamos como padres marcados por el estrés profesional, con la responsabilidad de su educación y disciplina filial.

Los abuelos han sido siempre fuente de experiencia para sus descendientes y, en especial, un modelo de envejecimiento cuyo contacto cotidiano enseña tolerancia a los jóvenes y les muestra como son las personas mayores, con sus rutinas, achaques y diferente pensamiento. Un enriquecimiento mutuo.

¿Qué hacemos cuando los hijos viven lejos? Para esos casos están los abuelos de verano, tan frecuentes durante los años sesenta y setenta tras la emigración de los jóvenes desde el campo a las ciudades industriales. Vuelven ahora. Muchos universitarios empiezan marchando por Europa de Erasmus o de posgrado, y acaban quedándose a trabajar en otro país, constituyendo allí su familia. En algunos casos, los nietos –los míos– habitan a miles de kilómetros. Menos mal que la tecnología les permite no irse a la cama sin dar las buenas noches por videoconferencia. Esta práctica tiene la virtud añadida de ejercitar un poco más el castellano y cantar el “Asturias, patria querida” que, con su abundancia de erres, garantiza una buena pronunciación futura.

La Nueva España, 30/8/20

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